I Centenario del Tránsito de la Beata María Antonia Bandrés Elósegui,
Hija de Jesús
27 de abril de 1919- 27 de abril de 2019
18 de abril de 1919, Jueves Santo. Antoñita pide el Viático, pero los médicos opinan que aún no hay peligro inminente de muerte. Le pide a Natalia acuda a los pies del Monumento y le pregunte a Jesús si se la llevará pronto. Natalia le responde que pronto se irá al Cielo. Natalia desea irse también con ella pero Antoñita le recuerda que debe salvar muchas almas, y que ella le dará el agua para que riegue las flores. Profetiza que su hermana irá a América, y así se cumplirá en 1932 cuando la Madre Natalia sea destinada a Argentina. Antoñita pasa el Viernes Santo en posición de crucificada para unirse a la sed de almas por las que muere el Redentor. Pensaban las religiosas el Señor se la llevaría el Domingo de Resurrección, pero no fue así.
Celda de Antoñita en la enfermería (Salamanca) |
Aquel día de gloria, domingo 21 de abril, acude al noviciado Don Ramón Bandrés. El aitatxo, desencajado, ha acudido a ver a su hija, más bien a despedirse de ella hasta el Cielo. La puerta de la celda abierta, la cama puesta de tal forma que Don Ramón pueda a ver a su hija desde el pasillo. Rompe a llorar pero se contiene para no avanzar los dos pasos que le separan de su niña. Natalia le da a Antoñita los besos y abrazos que su padre no puede darle. El pobre hombre no tiene palabras: “Hija mía, hija mía...”. “No llores aitatxo... hasta el Cielo...”, le responde su hija. Aquel mismo día Don Ramón escribe a su esposa:
“Tenemos, querida Teresa, una hija santa. Tiene a toda la Congregación encantada. Villalobos está aturdido y asombrado de su espíritu religioso... no comprendiendo cómo haya podido sufrir los horribles dolores sin exhalar la menor queja.
La Reverendísima Madre me ha hecho la excepción, que no debes decir, de que viera a nuestra santa hija, para lo cual ha abierto la puerta del cuarto y movido la cama, colocándola de forma que pudiéramos hablar. ¡Qué cara! Pero ¡que voz tan débil! Como no le conviene hablar, y a fin de que la impresión no elevara la calentura, hemos cruzado pocas palabras. Me ha preguntado por ti y sus hermanos. ¡Qué tranquilidad y qué cara tan risueña! Ahora vengo de despedirme de ella con el corazón traspasado de dolor. ¿La volveré a ver? ¡Dios lo quiera!
Su hermana estaba a su lado y la rodeaban la Reverendísima Madre, la Madre Josefa y la Madre Tomasa. ¡Qué cuadro! ¡Qué adiós tan sentimental! Las Madres no hacen más que llorar y ella a todas las anima, pues está dispuesta a morir. Me ha dicho: “Aitatxo, no llore que no me muero”. He tenido que aguantar mucho, pero luego he llorado a mares. Estoy contentísimo de la visita de Natali, pues le ha debido decir muchas cosas interesantísimas. A Antoñita la cuidan como no puedes hacer idea. Humanamente no es posible hacer más por su curación. Abrazos mil a nuestros queridos hijos, y tú recibe el más fuerte de tu Ramón”.
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Antoñita y la Madre Natalia Bandrés, hermanas de sangre y hábito |
Natalia le pregunta a su hermana cómo puede estar tan contenta en su lecho de dolor: “Maitía (querida), el abandono, la sequedad pasada... todo ha sido una amorosa providencia de Jesús en la prueba. Al fin muero muy contenta. En mi vida todo ha sido duro, frío y seco. A mí no me ha regalado Jesús con sus caricias; pero ahora todo es paz. Estoy rebosando consuelo. La Virgen está a mi lado, la siento... Jesús me ama y yo le amo”. Ante unos insignificantes dellates de su vida que hacen dudar a Antoñita de tenerlo todo bien cerrado, apunta el siguiente: “También me preocupa el haberme entretenido demasiado con María Teresa Hernández, perdiendo la oportunidad de hablar con la Madre Fundadora cuando en cierta ocasión nos visitó en el colegio de Tolosa”. Natalia consuela a su hermana y recobra la paz.
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Doña Teresa Elósegui y la Madre Natalia Bandrés (1942) |
El miércoles 24 de abril Natalia recibe orden de regresar a Segovia, pues las Madres pensaban que la enfermedad de Antoñita se prolongaría y que volverían a verse pronto: “Aquella mañana la pasé toda con mi hermana. Hacia las dos de la tarde tuve al fin que decirla adiós. Un adiós que sonaba a eternidad, pero al mismo tiempo a gloria, porque vislumbrábamos el Paraíso a donde pronto volaría. Aún así, la despedida fue de gran aflicción. Nos separamos con un abrazo estrechísimo en el que concentramos todo nuestro cariño y el de nuestros aitatxos y hermanitos, quienes en aquel momento sublime estaban en nuestro corazón y en nuestra mente. Con la Virgencita en la mano, entrelazadas las nuestras, nos dijimos todo. El último beso quedó estampado en ella y en la Virgen, pues sólo nuestra Madre del Cielo podía comprender y dulcificar aquel adiós. “Hasta el Cielo” nos dijimos al despedirnos. Y llorando nos separamos para siempre”.
El viernes 26 de abril la Hermana María Antonia recibe a su amado Jesús. Tras comulgar cruzó las manos sobre el corazón y retuvo al Amor. A la noche el reloj marca la llegada del sábado, el día de la Virgen. Le oprime el sofoco y musita: “Ofrezco gustosa mi vida por la salvación del tío Antxón... se convertirá... amará a Dios”. Pide a las religiosas que digan a su padres que los ama con locura, y besa ciertos objetos, medallas y el rosario como recuerdo para su familia. Cae la tarde... La Madre Petra Calzada que presenció su muerte y escribió la primera biografía de la Beata relata:
“Acababa yo de entrar a pasar un ratito con ella, y, como de costumbre, sus manos enlazadas estrechaban las prendas de sus amores: el crucifijo, la imagen de su Madre del Cielo y el Rosario. Sus ojos, amorosamente fijos en ellas, los levantó un momento, me miró, y volvió a fijarlos de nuevo. También los míos contemplaban sus manos. El color amoratado en las extremidades de sus dedos anunciaba la proximidad de la muerte. Obervó mi insistente mirada y preguntó:
- ¿Qué mira?
- Que el edificio se derrumba.
- ¡Qué gusto! ¿Será pronto?
- Así lo espero.
- ¿En qué lo conoce? – insistió con interés.
- En el color de esas manitas que pronto dejarán de moverse.
- Entonces, por favor, diga a la Reverendísima Madre que aún me falta la Extremaunción, y ¡prontito, prontito!, que deseo estar bien preparada”.
Anochece... Villalobos gira la última visita a la enferma. Antoñita pide a la Madre Superiora le deje a solas con el médico. Le agradece al doctor sus desvelos y le manifiesta que ha tenido una revelación de la Virgen:“Esta noche me lleva al Cielo”. “Yo estaba impresionadísimo- escribe el Dr. Villalobos-. Sentimientos de ternura, de admiración y de asombro me impedían dialogar serenamente con aquella religiosa de veintiún años, que me anunciaba alegre y gozosa su muerte inmediata. Deseaba terminar la escena emocionante y no acertaba a separarme de aquella criatura sobrenatural. Con un “hasta mañana” me despedí angustiado de la Hermana Antonia, quien me contestó risueña: “Hasta el Cielo”. Aunque Villalobos lo omite en su escrito, Antoñita le refirió una confidencia personal y secreta en orden a su salvación, y que el doctor nunca llegó a desvelar. Antoñita recordó a las religiosas antes de morir: “Digan al Dr. Villalobos que mi promesa se cumplirá”. A la salida esperaba al doctor Don Miguel de Unamuno, y juntos se adentraron en la ciudad de Salamanca hablando sobre la Hermana María Antonia, cosa que harán en multitud de ocasiones a lo largo de sus vidas.
Avanzada la noche, la Hermana de turno anuncia que Antoñita ha entrado en agonía. La Madre General y la comunidad vuelan a la celda de la enferma. Una a una las religiosas la abrazan y se despiden. Antoñita echa en falta a su maestra de noviciado y pide la busquen. Al poco pierde la visión y por la voz reconoce a su maestra que entra en la celda: “Adiós Madre, hasta el Cielo”. Las manos no se mueven, la Hermana enfermera Dolores Ugartemendia le toma el pulso y Antoñita recita sin apenas hilo de voz:“Guardiana de mi pureza, ¡Madre querida!, no te alejes de mi lado, defiéndeme, Vida mía...”. Volviendo en sí se dirige a la Madre General: “Madre mía, me faltan mis votos perpetuos”. “Asi es, hija mía, hágalos”, contesta M. Ángela. Pidió perdón a la comunidad y pronunció la fórmula de los votos. También reveló a la Madre General y a todas las presentes el secreto de su inmolación voluntaria.
“¡Salva a las almas! ¡Jesús mío: mi vida por el tío Antxón! Almas... salva a mis padres... a mis hermanos... a mi tío”, recitaba de vez en cuando. “¿Qué hora es? ¿Han dado las doce? ¡Se me escapa el sábado y no viene la muerte!... Cuando Dios lo quiera lo quiero yo”.
“Demuestra que eres Madre de clemencia, derrama sobre mí tus bendiciones, Recibe...”. Y se ahogó su voz, fue su última palabra. Alzó la vista y se quedó unos instantes como embelesada. ¿Veía a la Virgen María? Juntó el esfuerzo que le quedaba y levantó las manos, en ademán suave, diciendo adiós. Se desmayaron los brazos cayendo en forma de cruz. Reclinó la cabeza al lado izquierdo y expiró. Era la noche del 27 de abril de 1919 y acababa de cumplir 21 años. Había llegado a la Cumbre...
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“Sí, tú regarás las flores, pero yo te daré el agua”... |
Y cumplió su promesa... |