Hablando de problemas de la Provincia, me refiero a actitudes y comportamientos que dependen de nosotros mismos, para
los que no podemos invocar como excusa el momento histórico que estamos
viviendo o la sociedad en la que estamos insertos. Son debilidades personales y
comunitarias, que debemos humildemente reconocer y afrontar con coraje si
verdaderamente queremos que nuestra familia religiosa tenga un futuro. No hablo
de pequeñas cosas, de escasa importancia, sino de tendencias de fondo, que, de modos diversos, amenazan la vida de la
Provincia.
1) El peligro mayor que
encuentro en ésta, como en muchas otras Provincias, especialmente en las de
antigua tradición, es el inmovilismo.
El inmovilismo es pariente de la acedia y siempre tiene, entre sus causas o sus
efectos, una falta de esperanza, de motivaciones
y de amor por la propia vocación. Nos apegamos a la "carne",
hecha de aparentes seguridades y comodidades, y se rechaza el
"espíritu", que nos vuelve a poner en camino. Encontramos muchas justificaciones para no cambiar: la
edad, la salud, la importancia de lo que estamos haciendo, la incapacidad de
hacer cosas diferentes, la desconfianza de los proyectos propuestos o de las
personas que los proponen, etc. Tengo la impresión de que con frecuencia
nuestros caminos se interrumpen antes de tiempo. Se crece hasta un cierto punto
y luego nos detenemos por falta de esperanza, de estímulos y de confianza en
Dios y en nosotros mismos. Naturalmente, nos detenemos incluso llevando a cabo
muchas cosas. A veces el activismo
exterior esconde una inactividad interior. En un tiempo como el nuestro, de
rápidos y radicales cambios, quedarse parados y pegados al presente significa
elegir la muerte, a lo mejor diciendo que queremos aprender el ars moriendi
charismatica.
2) Entre los cambios que
se perciben más necesarios y que menos nos comprometemos a realizar se
encuentra el que se dirige decididamente hacia nuestra identidad carismática. Somos
poca comunidad y poco orantes. También en este caso propongo algo que ya
han dicho casi todos los visitadores generales y provinciales. Nuestras casas,
¿son de verdad casas de oración? ¿Casas en las que en el centro está la
comunidad en oración?
Se nota una cierta
marginalidad de la oración, colocada con frecuencia en tiempos y espacios poco
adecuados. En el centro se encuentran más bien nuestras actividades, nuestro
trabajo, hasta nuestros hobbies. Una
cosa que me ha impresionado visitando las casas de la Provincia es que en
muchas de ellas la capilla es un espacio angosto (un tugurio), no cuidado, que
no ayuda a orar. Parece que no es importante el cuidado de la oración y de sus
condiciones, a pesar de la insistencia de nuestra predicación y de nuestro
apostolado sobre este tema. De este modo, sin embargo, corremos el peligro
de que nuestra vida espiritual y comunitaria se vuelva árida.
3) Deriva de una tendencia al inmovilismo también la dificultad de tomar conciencia de la situación real de la
Provincia. Como he dicho, estoy convencido de que la Provincia goza aún de
buena salud y todavía tiene muchas energías disponibles. Pero esto no quita que
el equilibrio de muchas comunidades sea tan precario y esté fundado solo en una
o dos personas. Creo que no estamos haciéndonos conscientes de la situación a
la que hemos llegado, en cuanto a la escasez y limitación de nuestra respuesta
a los problemas reales. Seguimos creyendo,
con teorías e ideas brillantes, que hay solución para casi todo, con movimientos
oportunos que hagan los superiores. Nos es muy difícil pasar de las
intenciones, opiniones y doctrinas, a los pasos concretos, a asumir decisiones
reales, arriesgadas, en ocasiones peligrosas, con nombres y apellidos. Creo que
seguimos en la inercia de la comodidad
que hemos adquirido, y no nos damos cuenta de que es otra la situación en la
que nos hallamos. Añado que esta dificultad de tomar conciencia de la situación
real se traduce para algunos en un peso excesivo que llevar. Nosotros,
superiores, tenemos el deber de vigilar para que no se exija a las personas que
se nos han encomendado más de lo que es justo, sano y normal.
4) Finalmente, expreso mi preocupación
respecto al mundo joven. Nuestras iglesias, incluidas las parroquias, son
frecuentadas, en su gran mayoría, por personas maduras o ancianas. Faltan casi del todo los jóvenes. Es
evidente que con los medios de una pastoral tradicional no logramos ya llegar a
este mundo que se comunica con medios distintos y que piensa y habla de modo
diferente al nuestro. Es una urgencia y una prioridad buscar canales y puentes
hacia los jóvenes. No es posible pensar
en una pastoral vocacional dirigida a los jóvenes, si antes no hemos hecho un
camino de conocimiento recíproco con ellos. Los jóvenes nos incomodan, nos discuten, pero esto es saludable.
Como dice el papa Francisco, prefiero una iglesia que sufre por un accidente, a
una iglesia que se pone enferma y se muere por asfixia.