"Venid a mí los que estáis afligidos y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y así encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11,28-30)
Algunos escriben al blog preguntando cuál es el motivo de que no aparezcan en él las clásicas Órdenes y Congregaciones religiosas. ¿Por qué no figuran los Jesuitas, los Dominicos, los Hermanos Menores, etc.? Lo mismo para las más famosas congregaciones religiosas femeninas. La respuesta es sencilla: no necesitan de ningún tipo de publicidad. Son más que suficientemente conocidas. Por otro lado, a nadie se le escapa que la manera de vivir la vida religiosa de éstas Órdenes y Congregaciones no simpatiza con la visión de la vida consagrada que tiene este blog. ¿A qué visión nos referimos? Pues al estilo de vida religiosa católica tradicional. La que la Santa Madre Iglesia desea y espera que lleven sus hijos consagrados.
Recientemente, un amable lector me envió sus impresiones sobre determinada Orden religiosa a la que aspiraba. Había leído las obras de la Santa Fundadora, los libros sobre la espiritualidad particular de la Orden, las hagiografías de sus hijos más insignes, etc. Hasta tuvo acceso a las Constituciones vigentes de dicho Instituto. Quedó entonces prendado de esta forma de consagración, y resuelto a entregarse en cuerpo y alma a la causa de Dios y de la Iglesia, tomó contacto con los religiosos a los que ingenuamente quería asemejarse. ¿Pero qué se encontró al tocar a las puertas del convento? Pues bien, después de saludar amablemente a la señora encargada de la portería (así es, la figura del Hermano portero ha desaparecido), esperó en un locutorio o sala de visitas a que un señor vestido con pantalón de pinzas, zapatillas de deporte y camisa de cuadros se le presentase como X. He dicho X, porque este señor no consiente que se le llame Padre ni Fray X, por eso de ser todos iguales y tratarse de una formalidad anticuada. A continuación, un buen rato de charla… en la que no salen a relucir temas espirituales en absoluto. El señor X solamente está interesado en si el joven ha tenido las suficientes “experiencias en la vida” y si tiene algún tipo de actividad de compromiso social. Finalmente, invita al joven a pasar quince días en un convento especial de acogida para muchachos con posible vocación.
Llega al hermoso convento del siglo XVII, que lo suyo ha sufrido tras la Desamortización y la Guerra Civil. Es recibido por un Hermano anciano cuyo aspecto algo destartalado impresiona al joven. Hace calor, y el Hermano le invita a tomar un vaso de agua en una salita donde el anciano estaba viendo en el televisor un programa de esos del corazón que dan por las tardes. El convento es enorme. Tiene capacidad para cincuenta frailes. La comunidad actual es de cinco. Le suben a la celda que va a ocupar. Consta de un cuarto dormitorio y un baño privado. Todo recién reformado y muy confortable. Se ve que manejan dinero. El Hermano anciano le enseña el oratorio de la comunidad. El mobiliario litúrgico es moderno y feo. No hay bancas ni reclinatorios. Su puesto lo ocupan unos grandes butacones. Hay un altar de madera y un sagrario del mismo material. En una esquina, la talla de la Virgen, y a sus pies un jarrón con flores de plástico.
A continuación es llevado ante el Prior. Entran en su celda. El olor a tabaco es insoportable. Más allá de la puerta del dormitorio se ve una cama sin hacer, y varias prendas tiradas por el suelo. A la hora de Vísperas se dirige al oratorio. Son molestas las voces que van dando los frailes camino del rezo. Todos entran al oratorio y, sin hacer genuflexión, se sientan en sus butacas. Ninguno se ha puesto el hábito (sólo verá puesto el hábito al Hermano anciano cuando pasa el cepillo durante las ofrendas de la Misa). Todos llevan zapatillas de andar por casa. Las Vísperas se rezan sentados. En quince minutos han terminado. Ni un sólo salmo cantado. A continuación sigue una de las dos horas preceptivas de oración mental que disponen sus Constituciones. Suena el teléfono. Uno se levanta. Ya no regresará. Otro se queda dormido. Otro se marcha también. Al final terminan la hora de oración el joven (que obviamente no está acostumbrado a un período de oración tan largo) y dos frailes más que, cruzados de brazos y piernas, parecen ensimismados. El joven se siente algo decaído, insatisfecho, decepcionado. Caminando por el claustro superior encuentra la puerta del antiguo coro alto. Allí un gran crucifijo preside desde la barandilla que da a la nave principal de la iglesia conventual. Al fondo del coro, bastantes imágenes de Santos de la Orden acumulando polvo. Entre ellas una de la Fundadora. Parécele al joven triste. Está sucia, así que dice limpiarla, y junto a ella se queda absorto en sus pensamientos. La felicidad que debiera experimentar se ha tornado en confusión.
Pasado el tiempo baja al refectorio para la cena. El Prior bendice y se sientan. No están todos los Hermanos. Van llegando a cuenta gotas. La comida es hablada. En la cocina una señora calienta las bandejas que son depositadas en un carrito. Cada uno se sirve de ahí. Al joven le extraña que no se haya leído ni siquiera un pasaje del Evangelio o del santo del día. Los frailes se dedican a contar “batallitas” de tiempos antiguos y cotilleos de la diócesis. Terminada la cena el Prior y otros comienzan a fumar. Es el momento de los licores. El panorama es deprimente. El joven se percata de que el pequeño cuadro de una de las paredes, tiene la imagen de Juan Pablo II. Es triste que ninguno se hubiera percatado o puesto manos a la obra para poner la imagen de Benedicto XVI. Levantados se dirigen a una de las dos recreaciones preceptivas de las Constituciones. ¿Otra vez a hablar después de una comida hablada de cuarenta y cinco minutos? Esto no tiene mucho sentido. Pero no. Resulta que la recreación consiste en subir a la sala donde está un enorme televisor, regalo de un benefactor, le dicen. Allí, cada uno en su butaca, fija sus ojos en la pantalla de la televisión. Otros leen los périódicos. ¿Y a qué hora son las Completas?, pregunta el joven. Respuesta: cada uno las hace individualmente. El joven está consternado. Le han atosigado con numerosos libros sobre el espíritu de oración, la necesidad de constituir comunidades orantes… hasta le dijeron que la Orden sin la oración no era nada. Pero la realidad es distinta. No se predica con el ejemplo sino de boquilla. Pero lo que más le duele es el ninguneo que le han hecho a la Virgen. La Virgen que tanta importancia tiene en la Orden, siendo una de sus señas de identidad. No hay ningún acto especial hacia ella. Ninguna muestra de amor externa. Eso queda relegado a la iniciativa personal, le dicen. Además, ellos ya han rezado el Angelus al terminar Vísperas.
A la mañana siguiente comienza el día con el rezo de Laudes. Todo rápido y atolondrado. Después la primera hora de oración. Lo mismo de ayer. Comienza el goteo de salida. Que si tocan el timbre, que si uno tiene Misa en la iglesia, que si otro baja a preparar la mesa del desayuno… El ambiente no es nada edificante. La mañana la pasa solo. Menos mal que tiene acceso a la biblioteca. Allí se recrea con la lectura de los clásicos de la espiritualidad de la Orden. También lee las crónicas antiguas de los conventos, los pensamientos de innumerables Siervos de Dios de la Orden, el vademécum para novicios, los consejos para la guarda de la vida regular, los oficios propios para el culto de la Virgen María… todo es letra muerta. Nada de lo que allí lee tiene puesta práctica alguna en esa casa. Catorce días más le confirman en que: “para vivir así, mejor me quedo en mi casa”.
Catorce largos días en los que comprueba que algunos frailes pasan más tiempo delante del ordenador que en el oratorio. Sentados viendo la televisión que compartiendo auténticamente en comunidad. Tampoco trabajan en las labores de la casa, ya que tienen gente de servicio para todo. Salen y entran constantemente del convento, pues dicen que las tareas apostólicas son numerosas. Cosa rara ya que en los ideales de la fundación de la Orden está la exigencia de vivir una vida más ordenada, regular y contemplativa. Es chocante comprobar cómo a los seglares que acuden al convento para oír charlas, se les machaca constantemente hablando de la oración y la contemplación, trayendo de la ceca a la meca textos de maestros de vida espiritual de la Orden. ¿Por qué exigen a los demás lo que ellos no cumplen? Ni un solo detalle, ni un solo esfuerzo, ni tiempo alguno invertido en preparar y dignificar las acciones litúrgicas. Reina la ley del mínimo esfuerzo. Del mínimo gasto para la sacristía, y sus objetos y ornamentos. Nada. Parece que prima el gasto en ordenadores, aires acondicionados y ventiladores. También hay que tener en cuenta que una portera, una cocinera y una señora de la limpieza deben suponer un gasto importante. Por ello no debe ser posible comprar casullas y deben utilizarse las desgastadas aquellas que se compraron en los años setenta. Por que ésas son. Al cerrar la iglesia conventual por la tarde, el Hermano anciano recoje las monedas de los limosneros y de las cajas de velas eléctricas.
En fin, esta experiencia supuso un palo fuerte para ese joven ilusionado. Aún así, en su ingenuidad, creía posible lo que el Provincial tantas veces le había dicho: “Puedes vivir tu fidelidad a título personal, sin depender de los demás, ni fijarte en lo que hacen o dejan de hacer”. Vamos, que este personaje lo estaba poco más que invitando a hacer una vida de ermitaño. A ser el “bicho raro”, el “carca del convento”. Resulta que aspirar a una vida religiosa efectivamente pobre, sencilla, orante, mariana y fiel a la Iglesia, constituía más que una señal de vocación, un problema. El joven resultaba ya molesto manifestando estos deseos, incluso aún cuando se basaba en los propios escritos de la tradición de la Orden y en el Magisterio sobre la vida consagrada. Bien claro se lo hicieron ver cuándo le aclararon que eso de la Adoración Eucarística hacía años que no se realizaba ni en los oratorios internos de las comunidades, ni en sus iglesias conventuales. Salvo casos de frailes ancianos a los que habían permitido seguir con esa práctica “preconciliar”. O esa pérfida insinuación que le hicieron de que en la mayoría de los casos, los que querían vestir el hábito religioso, eran homosexuales encubiertos. Esto es, si declarabas que deseabas vestirlo, estabas a la vez saliendo del armario. Esta jabalina se lanza con mucha destreza para hacer daño.
Algunos meses más siguió con la decisión de ingresar a esa Orden. Finalmente se dio cuenta de que viviría una mentira si así lo hacía. Si entraba a la vida religiosa era para servir a Dios y a la Iglesia en fraternidad auténtica. Un solo corazón, una sola mente, una sola alma, unos idénticos ideales. Vivir en un convento donde, al margen de las legítimas diferencias personales, se respiraba un distanciamiento tan grande entre los frailes, y respecto a la Iglesia, no era bueno ni deseable. Si entraba en la vida religiosa era para ser santo. Ésta era su meta. La mediocridad no figuraba en su proyecto de vida. Nada de lo que había leído en los libros tenía viso alguno de realidad, ni intención alguna de llevarse a cabo. Parecían los frailes abatidos, resentidos, puesto que hablaban de manera hiriente contra el pasado de la Orden y el presente de la Iglesia, secos espiritualmente. Por descontado que también conoció santos religiosos, que sufrían mucho por la situación y expresaban al joven sus temores, ya que habían visto con sus propios ojos el extravío y el dolor de aquellos que habían intentado permanecer fieles, simplemente fieles, a lo que habían recibido por tradición. Fieles a la Fundadora, que se eleva como paradigma del que nada contracorriente y desea ser santa en un ambiente que lucha por impedírselo. Fieles a la Iglesia Católica y al Papa.
Felizmente desistió de su idea, y gracias a Dios, en el blog encontró una comunidad donde realizarse. Bendito sea Dios.
Esta experiencia por supuesto es parcial y no es universalizable. Sin embargo, tampoco es nada extraordinaria. La desilusión que muchos jóvenes generosos sufren al acercarse a la realidad de la vida religiosa es el pan nuestro de cada día en la Iglesia. Animo a los que han padecido a estos religiosos “tope modernos y progresistas”, a contarnos sus experiencias en los comentarios de esta entrada. Yo he omitido a qué Orden nos estábamos refiriendo, aunque pistas hay para descubrirla. Y los que pertenecéis a ella, no os quejéis de la sequía vocacional, ya que no ofrecéis más que mediocridad. No sois ni fríos ni calientes. Dad testimonio, enmendaos de vuestros errores y aprended humildemente de los que han permanecido fieles. No tenéis derecho a desparramar cuatrocientos años de herencia. A Dios gracias, hay Provincias que se han mantenido firmes… y así de bien les va. No es tarde.
Felizmente desistió de su idea, y gracias a Dios, en el blog encontró una comunidad donde realizarse. Bendito sea Dios.
Esta experiencia por supuesto es parcial y no es universalizable. Sin embargo, tampoco es nada extraordinaria. La desilusión que muchos jóvenes generosos sufren al acercarse a la realidad de la vida religiosa es el pan nuestro de cada día en la Iglesia. Animo a los que han padecido a estos religiosos “tope modernos y progresistas”, a contarnos sus experiencias en los comentarios de esta entrada. Yo he omitido a qué Orden nos estábamos refiriendo, aunque pistas hay para descubrirla. Y los que pertenecéis a ella, no os quejéis de la sequía vocacional, ya que no ofrecéis más que mediocridad. No sois ni fríos ni calientes. Dad testimonio, enmendaos de vuestros errores y aprended humildemente de los que han permanecido fieles. No tenéis derecho a desparramar cuatrocientos años de herencia. A Dios gracias, hay Provincias que se han mantenido firmes… y así de bien les va. No es tarde.