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Extractos de la conferencia pronunciada por el Cardenal Franc Rodé en el congreso “La Vida Religiosa Apostólica desde el Vaticano II”, celebrada en Stonehill College, Boston, EE.UU, el 27 de septiembre de 2008:
Me presento ante vosotros, hombres y mujeres consagrados en los Estados Unidos, como representante del Santo Padre, trayendo su saludo y su estima por el testimonio de vuestra vida y la fecundidad de las múltiples formas de servicio que prestáis a la Iglesia. Me presento ante ustedes como Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con el cúmulo de experiencia que aporta lidiar con las alegrías y esperanzas, con las tristezas y angustias de la vida consagrada por todo el mundo. Pero, muy especialmente, estoy entre vosotros como un hermano religioso, que personalmente experimentó la aventura y el tumulto de la renovación de la vida consagrada ocasionada por el Concilio Vaticano II. Esa extraordinaria experiencia me hizo quien soy, y modela las palabras que os dirijo hoy con gran afecto y esperanza. [...]
La etapa final de una prolongada crisis
Clarisas de la Inmaculada
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Durante los últimos cuarenta años, la Iglesia pasó por una de las mayores crisis de su historia. Todos sabemos que la dramática situación de la vida consagrada prueba que no estaba al margen de esta crisis. Prácticamente todos los países de Occidente, no falta quien note que la mayoría de las comunidades religiosas están entrando en la fase final de una prolongada crisis cuyo resultado —dicen— está consignado en las estadísticas.
En muchos países occidentales, los religiosos perdieron la esperanza. Ellos ya se resignaron a la pérdida de vitalidad, de importancia, de la alegría, de atracción, de vida, finalmente. Sin embargo, en los Estados Unidos es diferente. La vitalidad, la creatividad, la exhuberancia que marcan la pujante cultura de este país se reflejan en la vida cristiana y también en la vida consagrada. Basta pensar que desde el Concilio Vaticano II, más de un centenar de nuevas comunidades religiosas brotaron en este suelo fértil. [...]
A pesar de este pasado grandioso y de la actual vitalidad, sabemos —y ésta es una de las principales razones por las que nos reunimos hoy aquí— que no todo va bien en la vida religiosa en Norteamérica. Hoy día, mis observaciones se dirigen en particular a los religiosos activos.
El vertiginoso descenso en el número de hombres y mujeres consagrados, el abandono de muchas asociaciones apostólicas y de ministerios, el cierre de las comunidades, la invisibilidad del testimonio conjunto de la vida consagrada, las fusiones entre las provincias, el envejecimiento de los religiosos, la muerte de congregaciones enteras. Son realidades familiares para todos nosotros.
Comunidades en crecimiento
Fraternidad de Betania
En el marco de la “vida consagrada” y detrás de las estadísticas, hay una variedad de situaciones. En primer lugar, hay muchas comunidades nuevas, algunas más conocidas que otras, muchas de las cuales están en franco progreso y sus estadísticas individuales indican lo contrario de la tendencia general. Existen también comunidades más antiguas que actuaron para preservar y reformar la genuina vida religiosa dentro de su propio carisma; también ellas están en proceso de crecimiento, luchando contra la tendencia general y el promedio de edad de sus religiosos es inferior a la media global.
Ninguno de estos dos grupos “son representativos” en el sentido de que los observadores de las tendencias generales raramente reparan en ellos. Sin embargo su futuro parece prometedor, si continúan siendo lo que son y como son.
Los conformistas y los que rompieron la comunión
Todavía hay quienes aceptan la situación actual de decadencia, como siendo —dicen— el signo del Espíritu Santo en la Iglesia, la señal de una nueva dirección a seguir. En este grupo están aquellos que simplemente aceptaron la desaparición de la vida religiosa o, por lo menos, de su comunidad, y se empeñan en que eso suceda de la forma más pacífica posible, agradeciendo a Dios por los beneficios del pasado.
Por otra parte, precisamos admitir la existencia de aquellos que optaron por caminos que los apartaron de la comunión con Cristo en la Iglesia Católica, a pesar de que pueden haber decidido permanecer físicamente en la Iglesia. Ésos pueden ser individuos o grupos en los institutos que tienen una visión diferente, o hasta comunidades enteras.
Los que desean revertir la situación
Franciscanos de la Renovación
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Por último, quisiera destacar a aquellos que creen fervientemente en su vocación personal y en el carisma de su comunidad, y procuran medios de invertir la tendencia actual, o, en otras palabras, de alcanzar una verdadera renovación. Éstas pueden ser instituciones enteras, individuos, grupos de individuos o hasta comunidades en el seno de una institución.
Hoy me dirijo especialmente a este último grupo, para ofrecerles aliento e ideas para seguir adelante. Pero mis reflexiones pueden ser útiles también para los dos primeros grupos, a fin de que no pierdan lo que ya tienen, como San Pablo advierte a los Corintios: “Quien esté de pie, que busque no caer” (1 Cor 10, 12).
Por otra parte, la instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia, publicado recientemente por mi Congregación, establece con fuerza que “la autoridad es llamada a mantener vivo el carisma de su propia familia religiosa. El ejercicio de la autoridad comporta, asimismo, ponerse al servicio del carisma propio del Instituto al que se pertenece, guardándolo con cuidado y haciéndolo actual en la comunidad local, en la provincia o en el Instituto entero”.
Las raíces de la actual crisis
De este modo, será de gran valor examinar las raíces de la crisis, y entonces nos encontraremos con una brutal, pero necesaria, pregunta: ¿lo qué hicimos después del Concilio no fue precisamente “renovar”? ¿No sería esa “renovación” lo que nos conduciría a una nueva era? ¿Y no fue precisamente esa “renovación” la que nos hizo llegar hasta donde estamos hoy? (...) De hecho, el Concilio ofreció claras y abundantes directrices para la necesaria reforma de la Vida Consagrada.
La cuestión crucial es: ¿cómo se interpretaron y aplicaron esas directrices? En todas partes, el Concilio se ha interpretado y aplicado, en su conjunto, de dos maneras muy diferentes e incluso opuestas. Debemos examinarlas con cuidado, si queremos entender lo que sucedió y trazar un camino a seguir durablemente.
“¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes partes de la Iglesia, concretamente en la vida religiosa, hasta ahora tuvo lugar de manera tan difícil?” —preguntó el Papa Benedicto en un importante discurso hace tres años.1 La respuesta que da es profunda y cristalina: “todo depende de la correcta interpretación del Concilio o —como diríamos hoy— de su correcta hermenéutica, de la clave correcta para su interpretación y aplicación”.
Él continúa: “Los problemas de la recepción derivaron del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa, pero cada vez más visible, ha dado y da frutos. Por una parte, existe una interpretación que podría llamar hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura; a menudo, ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna.
Por otra parte, está la “hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto- Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del Pueblo de Dios en camino”.
La “hermenéutica de discontinuidad y de la ruptura”
En el análisis del Santo Padre, la hermenéutica de la discontinuidad se basa en un falso concepto de la Iglesia como formada apenas de hombres y, por consiguiente, del Concilio como una especie de Asamblea Constituyente. El verdadero “espíritu del Concilio” estaría en la invitación a realizar cambios, y esto en tal grado que todo cuanto en sus documentos confirma el pasado puede ser considerado sin reservas como resultado de compromisos y, por tanto, puede ser legítimamente abandonado a favor del “espíritu” del Concilio.
Ese espíritu según el cual todo es nuevo y todo debe ser renovado hace nacer la vehemente excitación del explorador, la perspectiva de avanzar con valentía más allá de la letra del Concilio. Esa llamada, sin embargo, es tan vaga que una persona queda remando sola, víctima de su propio capricho, y rechazando cualquier corrección.
Es idealista al punto de subestimar la fragilidad de la naturaleza humana, y se muestra simplista al suponer que un simple “sí” a la era moderna puede resolver todas las tensiones y crear armonía. [...]
Necesidad real de renovación de la vida consagrada
Debemos empezar por reconocer que había, por supuesto, mucho para corregir en la vida religiosa y a mejorar en la formación de los religiosos. También debemos admitir que la sociedad propuso desafíos para los cuales muchos religiosos no estaban preparados. En algunos casos, precisaban ser sacudidas la rutina y las costras de costumbres desactualizadas. En ese sentido, debemos afirmar categóricamente que el Concilio no sólo no estaba equivocado en su impulso renovador de la vida religiosa, sino que fue verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo a hacerlo.
Hablando a los superiores generales, Benedicto XVI dijo: “En los últimos años se ha comprendido la vida consagrada con un espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico; pero, no podemos ignorar que algunas opciones concretas no han presentado al mundo el rostro auténtico y vivificante de Cristo. De hecho, la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que la entienden como una forma de acceso a la modernidad y una modalidad de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que, juntamente con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista” .2 [...]
La vida religiosa, siendo un don del Espíritu Santo para el religioso y para la Iglesia, depende especialmente de la fidelidad al origen, fidelidad al fundador y fidelidad al carisma particular. La fidelidad a este carisma es esencial, pues Dios bendice la fidelidad, pero “resiste a los soberbios” (Stgo 4, 6). Una completa ruptura de algunos con el pasado va, por lo tanto, contra la naturaleza de una congregación religiosa y, por su propia esencia, provoca el rechazo de Dios.
Resultados de la “hermenéutica de la discontinuidad” en la vida religiosa
Una vez que el naturalismo fue aceptado como la nueva vía, la obediencia se convirtió en su primera víctima, pues ella no puede sobrevivir sin fe y esperanza. La oración, principalmente la oración comunitaria y la liturgia sacramental, fue minimizada o abandonada. Penitencia, ascetismo y todo lo que era llamado de “espiritualidad negativa” se convirtieron en una cosa del pasado. Muchos religiosos se sintieron incómodos al vestir sus hábitos.
La agitación social y política terminó siendo la meta de su acción apostólica. La Nueva Teología condujo a la interpretación personal y a la disolución de la Fe. Todo se convirtió en un problema para ser discutido.
Rechazando la oración tradicional, las genuinas aspiraciones de los religiosos buscaron formas más esotéricas. Los resultados no tardaron en ser notados, bajo la forma de un éxodo de miembros. Como resultado de ello, apostolados y ministerios que eran esenciales para la vida de la comunidad católica y sus extensiones caritativas —sobre todo las escuelas— desaparecieron en poco tiempo.
Las vocaciones se agotaron rápidamente. Aunque los resultados comenzaron a hablar por sí mismos, había aquellos según los cuales las cosas no iban bien porque no hubo cambios suficientes, porque el proyecto no se completaba. Y así el daño fue aumentando. Cabe señalar también que muchos de los responsables de las desastrosas decisiones y acciones de esos años después postconciliares, abandonaron después la vida religiosa. Muchos de los que están aquí ahora son los que permanecieron fieles y, con inmenso coraje, cargan con la responsabilidad de revertir el daño y reconstruir sus familias religiosas. Mi corazón y mis oraciones están con ustedes. [...]
La “hermenéutica de la continuidad y la reforma”
Frailes Pobres de Jesús y María
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El verdadero espíritu del Concilio ha sido descrito en su toma de posesión por el Papa Juan XXIII, cuando dijo que él pretendía “transmitir pura e íntegra la doctrina, sin subterfugios o mitigaciones”. Y continuó : “No sólo debemos conservar este tesoro precioso, como si nos preocupásemos sólo de la antigüedad sino también dedicarnos con voluntad dispuesta sin temor a aquel trabajo hoy exigido, prosiguiendo así el camino que la Iglesia recorre desde hace veinte siglos. Es necesaria esa adhesión a todas las enseñanzas de la Iglesia, en toda su integridad y precisión, presentada en perfecta conformidad con la doctrina auténtica que, sin embargo, debe ser estudiada y expuesta por medio de los métodos de investigación y de las formas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina del Depósito de la Fe, y otra la forma en la que es presentada”.
Estas palabras dan lugar a una forma de interpretar el Concilio muy diferente de la descrita anteriormente. Aquí tenemos, en esencia, la hermenéutica de la continuidad y la reforma. [...]
Criterios y directrices de la Perfectæ Caritatis
Hoy en día vemos con gran gratitud el Concilio Vaticano II, por habernos provisto de claras directrices para distinguir entre la sustancia del Depósito de la Fe y sus manifestaciones circunstanciales. La continuidad esencial para la vida religiosa no suprime, sino que impulsa la reforma de lo que es sobrepasado, accidental o perfectible. Esto se hace evidente al leer los criterios y directrices, cuidadosamente equilibrados, de la Perfectæ Caritatis (Nº 1-18), a los que nos referimos al hablar de la ruptura y discontinuidad.
Si esos mismos números se interpretan en términos de continuidad, se ve que los cambios nunca están separados de las raíces. Aquellos que buscan la continuidad en la renovación, notarán que el Concilio hizo un llamamiento para una renovación que es eminentemente una renovación del espíritu, enfatizando en la centralidad de Cristo tal como se encuentra en los Evangelios, siguiéndolo en el camino trazado por el fundador, a través de los votos (2 ).
La renovación debe buscarse en la diligente observancia de la regla y de las constituciones (4). También invita a una consagración religiosa que signifique no sólo morir al pecado (vocación bautismal), sino también renunciar al mundo y vivir exclusivamente para Dios, para el servicio de la Iglesia y el progreso en las virtudes, especialmente las de la humildad y obediencia, buscando sólo a Dios, uniendo la contemplación a la acción (5).
La prioridad de amar a Dios y nutrir la propia vida en las Sagradas Escrituras y en la Eucaristía (6). El Concilio no ve una dicotomía entre la contemplación y la acción, la segunda brota de la primera (7). La prioridad de proporcionar una exhaustiva formación espiritual a los miembros de institutos seculares que permanecen en el mundo (11). Castidad, Pobreza y Obediencia se resaltan a una luz eminentemente sobrenatural, basada en la fe, en la esperanza y en el amor. La radicalidad de las conclusiones que de ellas se sacan están nítidamente trazadas. La necesidad de una vida comunitaria de oración, de caridad y apoyo mutuo ya fue subrayada. La clausura papal debe ser mantenida por las monjas dedicadas exclusivamente a la vida contemplativa (16). El hábito debe ser adaptado, lo que significa que debe permanecer (17). [...]
¿Hacia dónde podemos ir ahora?
Discípulos de Jesús de San Juan Bautista
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Debemos ahora enfrentarnos a la pregunta: ¿Hacia dónde podemos ir ahora? ¿Hay una nueva vida para las comunidades religiosas norteamericanas que aspiran a una auténtica reforma? Aquí debemos señalar que, aunque el fondo de cuadro sea el mismo, y haya problemas y retos comunes para los religiosos y religiosas (la “ingeniería” del lenguaje, la declinación hacia el relativismo, el desvanecimiento del sentido de lo sobrenatural y, en algunos casos, dudas sobre la relevancia y la centralidad de Cristo), es también cierto que cada grupo se enfrenta a sus propios desafíos particulares. Las religiosas precisan especialmente enfrentar de forma crítica cierto tipo de feminismo, actualmente fuera de moda, pero que continúa, sin embargo, ejerciendo gran influencia en determinados ambientes.
Permítanme centrar la atención en algunos de los elementos comunes. Si fueron la ruptura y la confusión que caracterizaron las recientes dificultades de la vida religiosa, el camino a seguir ahora en adelante debe ser una creciente búsqueda de continuidad y claridad. Como el escriba que fue educado en el Reino de los Cielos, debemos tener en nuestro tesoro “cosas nuevas y viejas” (cf. Mt 13, 52).
La autoridad debe mantener vivo el sentido de la fe y de la comunión eclesial Puede parecer superfluo hacer esta observación, pues se podría imaginar que sobre este punto no hay discusión. Sin embargo, todos sentimos, por desgracia, la presencia de grupos o personas que, bajo su propia responsabilidad, “se trasladaron fuera de la Iglesia”, aunque permaneciendo exteriormente “en la” Iglesia. Sin duda, una existencia tan ambivalente no puede traer frutos de alegría y paz (cf. Gal 5, 22), ni para ellos ni para la Iglesia. Recemos para que el Espíritu Santo les dé luz para ver el camino de la verdadera paz y libertad, y coraje para seguirlo.
Y me refiero de nuevo a la instrucción sobre “El servicio de la autoridad y la obediencia: ‘La autoridad está llamada a mantener vivo el sentire cum Ecclesia . Compromiso de la autoridad es también el de ayudar a mantener vivo el sentido de la fe y la comunión eclesial en medio de un pueblo que reconoce y alaba las maravillas de Dios, testimoniando la alegría de pertenecer a Él en la gran familia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
El compromiso del seguimiento del Señor no puede ser emprendido por navegantes solitarios, mas se realiza en la simple barca de Pedro, que resiste a las tempestades, y la persona consagrada dará la contribución de una fidelidad laboriosa y gozosa a la buena navegación. La autoridad debe recordar que ‘nuestra obediencia es un creer con la Iglesia, un pensar y hablar a la Iglesia, un servir con ella'”. [...]
La sustancia de la vida religiosa: “Pertenecer al Señor”
De acuerdo con el Concilio, “la autoridad de la Iglesia tiene el deber de, bajo la inspiración del Espíritu Santo, interpretar esos consejos evangélicos [castidad, pobreza y obediencia], regular su práctica y construir finalmente, con base en ellos, formas estables de vida”. 3
Tanto la autoridad como la tradición de la Iglesia hablarán, a través de los siglos, sobre cuál sea la sustancia de la vida religiosa. El Papa Benedicto XVI lo formuló de este modo: “Pertenecer al Señor: ésta es la misión de los hombres y de las mujeres que optaron por seguir a Cristo casto, pobre y obediente, a fin de que el mundo crea y sea salvo” .4
Fidelidad al carisma del fundador
Este punto es de capital importancia, y la llave para renovar y revitalizar nuestras congregaciones, atraer vocaciones y cumplir con nuestras obligaciones para con los jóvenes que eventualmente ingresen en nuestras familias religiosas. El Concilio insiste en este punto. Debemos garantizar que, en nuestras congregaciones, la vida sea plenamente católica y enteramente alineada con el carisma del fundador o fundadora. En este sentido, no puede haber contradicción, ya que el carisma fue dado a los fundadores en el contexto de la Iglesia y fue sometido a la aprobación de la Iglesia. Muchas congregaciones están haciendo grandes esfuerzos en esa dirección. [...]
Conclusión
No debe sorprendernos el hecho de que el camino a seguir este lleno de desafíos y dificultades. Sin embargo, quiero que estéis seguros de mi pleno apoyo a cualquier esfuerzo sincero para renovar cada una de las familias en la línea de la fidelidad a la Iglesia y al fundador. Mucha honestidad, humildad, coraje, apertura de la mente, diálogo, sacrificio, perseverancia y oración serán necesarios, como el Papa Benedicto nos ha recordado: “En el Evangelio, Jesús nos advirtió de que hay dos caminos: uno es el estrecho camino que conduce a la vida; el otro es el camino largo, que lleva a la perdición” (cf. Mt 7, 13-14).5
Estáis justamente ufanos del legado cívico y religioso de América del Norte, y sois conscientes del impacto que produce la vida aquí en todo el mundo. La Iglesia Católica, como lo demuestra la receptividad de los líderes civiles y sociales al mensaje del Papa Benedicto, está llamada a enriquecer e iluminar las conciencias y, en consecuencia, para proporcionar un fundamento estable a la sociedad, siendo verdadero fermento en la masa (cf. Mt . 13, 33). Y la renovación de la Iglesia en este gran país, su capacidad para servir, pasan necesariamente por una renovación de la vida \²religiosa. [...]
1 Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, del 22/12/2005.
2 Benedicto XVI, Discurso a los superiores y las superioras-generales de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, 22/5/2006.
3 Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 43.
4 Benedicto XVI, Discurso a los superiores y las superioras-generales de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, 22/5/2006.
4 Benedicto XVI, Discurso a los superiores y las superioras-generales de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, 22/5/2006.
5 Benedicto XVI, Discurso a los superiores y las superioras-generales de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, 22/5/2006.