"Ciertamente, no faltan pruebas y dificultades en la vida consagrada de hoy, al igual que en los demás sectores de la vida de la Iglesia. El gran tesoro del don de Dios está encerrado en frágiles vasijas de barro (2 Corintios 4,7) y el misterio del mal acecha también a quienes dedican a Dios toda su vida."
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Del discurso a los Superiores/as Mayores del 22 mayo de 2006:
Los consagrados y las consagradas de hoy, tienen la tarea de ser testigos de la transfigurante presencia de Dios en un mundo cada vez más desorientado y confuso.
La cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que la entienden como una forma de acceso a la modernidad y una modalidad de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que, juntamente con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista.
La verdadera alternativa es, y será siempre, la aceptación del Dios vivo mediante el servicio obediente por fe, o el rechazo de Dios.
Una condición previa al seguimiento de Cristo es la renuncia, el desprendimiento de todo lo que no es Él. El Señor quiere hombres y mujeres libres capaces de abandonarlo todo para seguirlo y encontrar sólo en Él su propio todo. Hacen falta opciones valientes, tanto a nivel personal como comunitario, que impriman una nueva disciplina en la vida de las personas consagradas y las lleven a redescubrir la dimensión totalizante de la sequela Christi.
Pertenecer al Señor: ésta es la misión de los hombres y mujeres que han elegido seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y sea salvado. Ser totalmente de Cristo para transformarse en una permanente confesión de fe, en una inequívoca proclamación de la verdad que hace libres ante la seducción de los falsos ídolos que han encandilado al mundo.
El alimento de la vida interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo Divino. Un alimento aún más rico es la participación diaria en el misterio inefable de la Divina Eucaristía, en la que Cristo Resucitado se hace constantemente presente en la realidad de su carne.
La virginidad consagrada no se puede insertar en el marco de la lógica de este mundo; es la más "irracional" de las paradojas cristianas y no a todos les es concedido entenderla y vivirla (cf. Mt 19, 11-12). Vivir una vida casta significa también renunciar a la necesidad de aparecer, asumir un estilo de vida sobrio y modesto.
Los religiosos y las religiosas están llamados a demostrarlo también con la elección del vestido, un vestido sencillo, que sea signo de la pobreza vivida en unión con Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Así, y sólo así, se puede seguir sin reservas a Cristo Crucificado y Pobre, sumergiéndose en su misterio y haciendo propias sus opciones de humildad, pobreza y mansedumbre.
Los consagrados y las consagradas están llamados a ser en el mundo signo creíble y luminoso del Evangelio y de sus paradojas, sin acomodarse a la mentalidad de este mundo, sino transformándose y renovando continuamente su propio compromiso, para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, grato a Él y perfecto (cf. Rm 12, 2).
La cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que la entienden como una forma de acceso a la modernidad y una modalidad de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que, juntamente con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista.
La verdadera alternativa es, y será siempre, la aceptación del Dios vivo mediante el servicio obediente por fe, o el rechazo de Dios.
Una condición previa al seguimiento de Cristo es la renuncia, el desprendimiento de todo lo que no es Él. El Señor quiere hombres y mujeres libres capaces de abandonarlo todo para seguirlo y encontrar sólo en Él su propio todo. Hacen falta opciones valientes, tanto a nivel personal como comunitario, que impriman una nueva disciplina en la vida de las personas consagradas y las lleven a redescubrir la dimensión totalizante de la sequela Christi.
Pertenecer al Señor: ésta es la misión de los hombres y mujeres que han elegido seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y sea salvado. Ser totalmente de Cristo para transformarse en una permanente confesión de fe, en una inequívoca proclamación de la verdad que hace libres ante la seducción de los falsos ídolos que han encandilado al mundo.
El alimento de la vida interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo Divino. Un alimento aún más rico es la participación diaria en el misterio inefable de la Divina Eucaristía, en la que Cristo Resucitado se hace constantemente presente en la realidad de su carne.
La virginidad consagrada no se puede insertar en el marco de la lógica de este mundo; es la más "irracional" de las paradojas cristianas y no a todos les es concedido entenderla y vivirla (cf. Mt 19, 11-12). Vivir una vida casta significa también renunciar a la necesidad de aparecer, asumir un estilo de vida sobrio y modesto.
Los religiosos y las religiosas están llamados a demostrarlo también con la elección del vestido, un vestido sencillo, que sea signo de la pobreza vivida en unión con Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Así, y sólo así, se puede seguir sin reservas a Cristo Crucificado y Pobre, sumergiéndose en su misterio y haciendo propias sus opciones de humildad, pobreza y mansedumbre.
Los consagrados y las consagradas están llamados a ser en el mundo signo creíble y luminoso del Evangelio y de sus paradojas, sin acomodarse a la mentalidad de este mundo, sino transformándose y renovando continuamente su propio compromiso, para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, grato a Él y perfecto (cf. Rm 12, 2).
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En la audiencia concedida el 31 de marzo de 2008 al Capítulo General de los Salesianos, el Sumo Pontífice hizo un llamamiento a todas las Órdenes y Congregaciones religiosas, ante el "avance de la secularización", a:
"vigilar sus formas y estilos de vida, que corren el peligro de debilitar el testimonio evangélico, hacer ineficaz la acción pastoral y frágil la respuesta vocacional".