Cuando en una congregación religiosa penetra la relajación, la falta de fervor, la inobservancia de las santas costumbres, la sentencia es clara: muerte. Así nos lo confirma la experiencia. Cuando esto sucede, suelen aparecer las figuras de los reformadores afanados en devolver la santa observancia y la fidelidad al instituto en cuestión. La Historia de la Iglesia nos lo confirma. Otra manera por la que Dios actúa es el mover a la fundación de nuevos institutos religiosos. Esto es lo que parece está sucediendo en la actualidad. Ante la infidelidad y desorden que reina en muchos de los institutos, el Señor confía el testimonio de la auténtica vida consagrada a nuevas fundaciones, llenas de vigor, de entusiasmo y de fe.
Entre las religiosas, las que más padecen la crisis vocacional son las dedicadas a la enseñanza. Tras el Concilio Vaticano II, las congregaciones se entregaron a la tarea de retornar a los orígenes fundacionales. Unas supieron hacerlo conforme a la mente de la Iglesia, otras pensaron por sí mismas y sufren hoy las consecuencias de su desobediencia o de su ingenua ilusión. Como era "novedad" en aquel entonces, hablamos de finales de los sesenta y principios de los setenta, los cambios empezaron primero en su dimensión externa. Se despojaron así, de la noche a la mañana, del santo hábito religioso que establecieran los fundadores. Cierto es que el Concilio había pedido en la Perfectae Caritatis la renovación y adecuación, que no eliminación, de los hábitos. Obedientes, muchas diseñaron uno más sencillo y cómodo para el ministerio, otras terminaron por abandonarlos y actualmente se presentan de seglares. Esto contradice la normativa del Derecho Canónico, y las constantes indicaciones sobre el asunto de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, por no hablar de las instrucciones de la Sagrada Congregación para la Vida Religiosa y las declaraciones de su Prefecto, el Cardenal Rodé. La conciencia de lo que la Iglesia ordena en esta materia es clara y no cabe excusarse en la ignorancia.
Muchas religiosas se entregan hoy a las novedades teológicas, y de entre las de enseñanza, las hay más precupadas por la obtención del certificado de calidad para los colegios, que por la educación católica. No quieren que se las califique de Esposas de Cristo sino compañeras de Jesús. En su feminismo religioso, lo primero sería un machismo intolerable. Este tipo de religiosas educadoras se han empeñado en formar “personas humanas” al margen de la religión cristiana o con valores muy generales y perfectamente compartidos por ateos u otras religiones: paz, tolerancia, amor, sinceridad, etc. No digo que esto esté mal. Les echo en cara que esa tarea queda incompleta sino se imparte, primero con el testimonio visible de vida, y luego con la instrucción adecuada, la Verdad Revelada en Jesucristo.
Y qué decir de lo propiamente relacionado con la vida religiosa. Algunas comunidades ya no tienen ni la Santa Misa en común, invitándose a las religiosas a que acudan por su cuenta a las diferentes parroquias de la ciudad. Sus liturgias en las capillas de los colegios no son conformes a la ley de la Iglesia: no siguen las rúbricas del Ritual Romano para la Santa Misa, se innovan plegarias, oraciones, se inventan ritos, se leen lecturas no canónicas en la celebración de la Palabra, etc. Las confesiones son comunitarias con absolución general, lo que de nuevo contradice las indicaciones de la Sagrada Congregación para los Sacramentos. No hay ya confesión individual. Todo esto, merma el sentido de lo sagrado en los colegiales. De ahí, entre otras cosas, la débil respuesta positiva de los alumnos a las cuestiones religiosas. Muchas comunidades de estas congregaciones de enseñanza, apenas tienen ejercicios piadosos en común. Cohabitan bajo el mismo techo pero no llevan una vida propiamente de fraternidad. Ya no hay reglamento, observancia, ni disciplina interna. Es verdad que están comprometidas con causas nobles con las personas que más sufren en nuestra sociedad, pero esa no es su misión primordial. Hay otros posibles marcos donde realizar esas tareas. Una congregación de vida consagrada no es una ONG, ni un instituto secular. Las religiosas no son activistas sociales.
No llaman ya a las puertas de sus noviciados. No hay relevo generacional de las religiosas, y los colegios van quedando en manos de los seglares. La crisis vocacional la achacan a los sociedad secularizada pero... ¿no se dan cuenta que su manera de proceder ha contribuido a dicha secularización? Si se fijaran en aquellas congregaciones que sí tienen vocaciones, otro gallo cantaría. Y es que las jóvenes quieren tener bien delimitado perfectamente su identidad como religiosas. Religiosas entregadas al servicio de Dios y de la Iglesia en la educación de la juventud, bajo la guía del Santo Padre y conforme a la tradición de sus Institutos. Fuera de esto, todo es tontería, pérdida de tiempo.
Hijas de María Nuestra Señora